Sea of Holes {Normal}

Eran polvo de estrellas. Luces veraniegas, gotas de lluvia. Surcaban los cielos, vestidos en sus trajes de oro sólido y su aura resplandeciente. Eran aquellos a quiénes los pobres mortales buscaban refugio, calor, apoyo. Dioses, en su esplendor, no había humano en la tierra que no los adorase. Ellos eran los olímpicos, los más alabados en la tierra, los más queridos, los más poderosos. Liderados por el imponente Zeus, no existía nadie en el universo capaz de superarlos. Eran los amos de la tierra. O al menos, eso creían. Nadie nunca ha conocido la verdad sobre su existencia, todo son mitos y leyendas, pero todas ellas eran realidad. Y así mismo, jamás habían sido los únicos en el universo. Lejos de la tierra y en otro lugar más allá del mundo, Aasgard se alzaba entre auroras boreales y nubes. El hogar de los nórdicos, liderados por Odín, donde el frío consume sus almas pero es tan ardiente como una llamarada de fuego. Algunos rubios en su totalidad, otros morenos, con sus propios dones y sus propias creencias, se encontraron con sus contra partes griegas.

¿Quién podría imaginar el choque de aquellas divinidades? Nadie. Nunca se pensó que aquel roce del destino desembocará en una batalla legendaria. Nórdicos y griegos no se llevaban bien, pero mantenían una cordial convivencia que fue vulnerada en una sola equivocación. Zeus, rey del Olimpo, padre de dioses, hijo de Cronos y Rea, conocido por sus infidelidades, en uno de sus viajes en busca de placer y satisfacción, a un cisne blanco y cuyo cuello era curvado, abusó. Un craso error. Porque aquel bella criatura no era más que Frigga, esposa de Odín, convertida en cisne para ocultar su presencia en la tierra. Cuando los Olímpicos y Aasgardianos se enteraron, el Infierno se desató. Odín, padre de los nórdicos, declaró la guerra a Zeus, él cuál aceptó y los dioses se sumieron a una incansable batalla.

Sin embargo, ninguno de ellos previó las catástrofes que ocurrirían cada vez que un dios salía lastimado o simplemente moría. La tierra comenzó a deteriorarse, los humanos y los animales se enfermaron, habían guerras, sangre, dolor. Destruían el mundo en sus constantes batallas, acabándolo lentamente. Pero Zeus, padre de dioses, viendo el daño que sufrían los humanos, ofreció la solución: No pelearían entre ellos, enviarían a los hijos, los semidioses, a que librasen sus batallas. Era la única forma posible de evitar las catástrofes. Así que se formaron Legiones, liderados por un semidios, fuerte e inteligente, el mejor de ellos, para que así junto a tres tenientes y tres tropas de puros semidioses, lucharan contra su adversario. Lo que ninguno de ellos imaginó que al hacer aquello, éstas aumentarían y se verían debilitados así mismos cada vez que uno de sus semidioses fallecían.

Nadie tomó en cuenta, siguieron las batallas, la muerte abundaba y las catástrofes se hacían cada vez más peligrosas y fuertes. Terremotos, Maremotos, enfermedades terminales, más guerra, más odio, más dolor. Humanos, que a través de los tiempos siguieron la legendaria lucha, empezaron a revelarse, llamándose así mismos cazadores, especializados en encontrar y asesinar a sangre fría a todo semidios para así acabar con lo que ellos creían que eran los causantes de los males humanos.